Jacobo fue del Cuerpo Oficial de Bomberos por 7 años; era rescatista.
Le aplicaron la inyección letal por tumor en el hígado.
Despeinado, mucho más delgado, pero con la mirada amigable que siempre lo caracterizó, Jacobo les dio la cara por última vez a sus compañeros de batallas, los mismos que hace más de siete años lo acogieron en el equipo de rescate del Cuerpo Oficial de Bomberos de Bogotá. Solo tardaron unos minutos en retocarle su lacio pelo de color dorado, que rodeaba su uniforme, en el que también colgaba la placa que lo acreditaba como un bombero más. Subió la mirada, con sus grandes ojos color marrón, mientras el guía sostenía la correa que rodeaba su cuello. Haciendo esfuerzo, batió la cola sutilmente.
Le aplicaron la inyección letal por tumor en el hígado.
Despeinado, mucho más delgado, pero con la mirada amigable que siempre lo caracterizó, Jacobo les dio la cara por última vez a sus compañeros de batallas, los mismos que hace más de siete años lo acogieron en el equipo de rescate del Cuerpo Oficial de Bomberos de Bogotá. Solo tardaron unos minutos en retocarle su lacio pelo de color dorado, que rodeaba su uniforme, en el que también colgaba la placa que lo acreditaba como un bombero más. Subió la mirada, con sus grandes ojos color marrón, mientras el guía sostenía la correa que rodeaba su cuello. Haciendo esfuerzo, batió la cola sutilmente.
Varias veces Jacobo se había enfrentado a la muerte, pero en esta ocasión tuvo que hacerlo con la suya. “Participó en la localización de 10 cadáveres en la tragedia de Bello (Antioquia), en el 2010. Resultó ser un superperro”, recordó el cabo Roger Peña, jefe del Grupo Especializado en Búsqueda y Rescate de Animales en Emergencias. El amigo de cuatro patas se paró frente a la entrada principal del complejo, hacia las 14:30 de la tarde del jueves (12 de febrero de 2015), rodeado por nueve bomberos, que conformaron una doble fila para rendirle homenaje. La sirena sonó y se oyeron cuatro campanazos. En un carro de la estación –una cinta morada atravesaba el parabrisas–, llegó hasta el consultorio.
Jacobo era el único canino certificado internacionalmente para desempeñarse como perro de búsqueda en catástrofes, y el elegido por el equipo para integrar los programas dirigidos a niños con síndrome de Down. Cuando alguien se perdía en cercanías de Monserrate, era Jacobo el héroe que lo encontraba. Con él, solo eran nueve los perros que conformaban el grupo: labradores, pastores alemanes y golden retriever convivían como hermanos. En la camilla del consultorio, un joven pero experimentado veterinario le aplicó un sedante en una de las macizas patas. Lo peor vino después. El doctor tomó su pata izquierda y, ante los ojos de tres bomberos más, que rodeaban su cuerpo extendido, lo inyectó. El medicamento terminó con el sufrimiento que lo aquejaba desde hace 15 días, por un tumor en el hígado, similar al que había sentido en sus primeros años de vida, cuando lo tuvo en el colon. En ese entonces, se salvó milagrosamente. Tras unos segundos, ya no se escuchaban sus pulsaciones.“Dejó de comer, decayó; aunque le dimos un medicamento, no sirvió. Esto –dijo entre lágrimas Jhon Beltrán, otro miembro de los Bomberos– es muy duro; se va mi compañero, un amigo”. Este sábado (14 de febrero), Jacobo, el heroico perro bombero, será llevado a un cementerio especial, en el norte de Bogotá.
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